Oye Siri, ¿hacia dónde va el mundo del libro?

La caída del 40% en la venta de libros, en los últimos diez años, no es una crisis, sino una nueva realidad, que hay que analizar con atención. El mercado se redimensiona, se reacomoda, sabemos que los lectores compran menos, no sabemos si también leen menos.

En Estados Unidos, el país donde más libros se publican y venden, en los últimos diez años, la venta ha tenido una caída del 37%) (United States Census Bureau, 2018, www.census.gov).

En estos años, hemos asistido a demasiados síntomas, sin que nadie haya propuesto algún tratamiento eficaz, confiando en una vieja creencia del mundo del libro, “la oferta crea demanda”, que ahora sabemos que no resultó cierta. Hemos visto:

  • Disminución de los tirajes
  • Aumento (reactivo) del número de títulos publicados
  • Reducción de la cantidad de ejemplares que constituyen un best seller
  • Aumento de las devoluciones de las librerías
  • Subida del precio de venta, por encima de la inflación,
  • Cierre de librerías
  • Reducción del espacio en supermercados y grandes superficies
  • Concentración de la venta en un vendedor online, que va eliminando librerías, y terminará determinando las decisiones de las editoriales.
  • Ausencia de prescriptores confiables: desaparición del librero-recomendador
  • Reemplazo de la crítica por influencers mediáticos, Booktubers de un penoso nivel cultural.
  • Dificultades para la circulación de libros entre países de América Latina, forzando a las editoriales de allí, a producir solo para su mercado local.
  • Reemplazo del libro como herramienta de educación, por dispositivos digitales que no parecen ofrecer mejores resultados.
  • Reducción del nivel cultural de los títulos publicados

El libro de calidad ha bajado en todo el mundo (…) hace quince años las listas tenían títulos de mayor calidad que los que circulan hoy”.  Jorge Herralde, al inaugurar el Encuentro de Promotores de Lectura en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, noviembre de 2018.

 

Caída del libro, caída de la clase media

La caída en la venta de libros es en buena parte consecuencia de la implacable y exitosa reducción de la clase media, la más lectora.

En todos los países occidentales, la clase media ha visto cómo se degradaba su situación. (Christophe Guilluy, No Society: la fin de la classe moyenne occidentale, Flammarion).

Una enorme, multimillonaria masa de dinero, se ha trasladado de aquella amplia clase media -que compraba libros-, a una reducidísima cantidad de hiper ricos, que no compran ni leen.

Durante los años de ascenso de las clases medias, estas accedieron a consumos que antes no estaban a su alcance. En algunos países, el libro se incorporó a la categoría de los objetos deseados. La venta se concentró en los grandes best sellers, esos libros cuya recomendación excede el ámbito cultural, transformándose en fenómenos mediáticos. Fueron los años de grandes éxitos de venta de algunos libros, que no se podría comprender de otra manera: novelas que, solo en español, superaron los 3 millones de ejemplares. Una verdadera burbuja. Estos libros se compraban, no sabemos si se leían, pero no sirvieron para aumentar el número de lectores.

“Compradores impulsivos que desean lo que no tienen, y pierden el ardor con la sola posesión de lo deseado” (Richard Sennet, La cultura del nuevo capitalismo).

“Pasiones que se auto consumen, las llamó Balzac en el siglo XIX.

La crisis económica no es la responsable

“Hay ejemplos que muestran que no solo la crisis es la responsable, como el caso de Suecia en 2012, cuyo mercado del libro se redujo en un 12%, mientras que la economía en su conjunto se mantuvo estable  (Tendencias globales en el sector editorial 2014. Documento de Rüdiger Wischebart para la Feria del libro de Frankfurt, traducido y adaptado por Dosdoce.com)

Pareciera que, pasada esta burbuja, la venta de libros volvió a la realidad de sus posibilidades. Los diez años de crisis fueron muy útiles para ajustar a la sociedad a la nueva tendencia económica mundial, que aplicó implacablemente la política de ajustes, que tanto afectó a la calidad de la educación.

Los ciudadanos de menos nivel educativo son a la vez más baratos y menos problemáticos (Richard Sennett).

Leer libros, electrónicos o en papel, está en declinación, todos los involucrados en el comercio minorista, y la industria editorial, están tratando de descubrir por qué” (Michael Kozlowski, Reading books is on the decline, 14 de julio de 2018, http://www.goodreader.com)

La industria editorial, ante estas evidencias, actuó como espectadora, y no invirtió en I+D. La industria del libro fue cambiando de butaca para ver mejor, cuando el problema no estaba en los espectadores, sino en el escenario. Hubo muchas ocurrencias, pero muy poca innovación.

Hay un conjunto importante de perjudicados con lo que está sucediendo. Editoriales, industria gráfica, librerías y autores. El perjuicio es grande y grave para el futuro de la sociedad. De este conjunto, deberían salir propuestas de solución. Sin embargo, no hay en ningún país grupos de trabajo, comisiones o consejos de representantes de “las víctimas”, que esté trabajando en la cuestión. En gobiernos verdaderamente democráticos -si es que eso existe-, debería haber una gran preocupación, las áreas de cultura y educación tendrían que estar financiando este trabajo. Sin embargo, no hay países, gobiernos, ni partidos políticos, en cuya plataforma se mencione este problema, ni siquiera como un desafío a afrontar.

La competencia

Se achicó el mercado, y sucedió algo peor aún: se generaron nuevos hábitos de consumo cultural, con lo que la competencia de una editorial no es otra editorial, son los medios en los que hubo una gran innovación. Netflix, que comenzó siendo un video club, eliminó del mercado a Blockbuster, su competidor, con la simple idea de enviar los DVD a domicilio, por correo o con mensajeros, que pasaban a recogerlo tres días después. No necesitó gastar en locales en las grandes avenidas, resolviendo todo desde un almacén de bajo alquiler. Hoy es el canal de difusión de contenidos audiovisuales que lidera el mercado del consumo cultural y de entretenimiento, aprovechando cada nuevo aporte de la tecnología. Para las plataformas online, pasar del 4G al 5G, es optimizar servicio y gastar menos.

Mientras las editoriales se achican porque caen las ventas, Netflix, en 2018, invirtió 8 mil millones de dólares en la producción de 700 series nuevas, para cubrir la demanda de sus 135 millones de suscriptores, que pagan por adelantado y obtienen lo que quieren, sin necesidad de salir de casa.

Los financieros de los grandes grupos editoriales piden restringir la contratación y publicación de tantos nuevos libros, mientras que el director financiero de Netflix dice “sigamos sumando contenidos, funciona y nos hace crecer”.

El problema de Netflix (o de Amazon, de Disney, de Sony, de HBO), ya no es tener más clientes, ni vender más, sino conseguir contenidos (léase catálogo, películas, series), para abastecer la demanda inagotable de los clientes que ya tienen. (Una oportunidad para la industria editorial).

Los nuevos comunicadores están a su servicio. La best seller mundial Marie Kondo, que debe su éxito y su fortuna a los libros, (ganó unos 35 millones de dólares en derechos de autor), hoy arrasa en Netflix, y hace campaña para su empleador:  “Prohibido tener más de 30 libros en casa” es su consigna. (El español, 11 de enero de 2019).

El huevo de la serpiente: de la cultura y educación al entretenimiento

En los años 80, algunas corporaciones mediáticas (cine, televisión, radio, prensa, publicidad), que venían creciendo a un ritmo vertiginoso, decidieron incorporar a la industria editorial entre sus negocios, y para vender y ganar más, tomaron una decisión estratégica que, con los años, produjo un gran daño: la edición de libros, que desde siempre había sido un negocio del ámbito de la cultura y educación, se decidió convertirla en un negocio de ocio y entretenimiento.

Al negocio del libro se le exigió unos márgenes de ganancia habituales en las otras actividades del grupo, algunas tan ajenas al mundo del libro, como la fabricación de armas, aviones, helicópteros de guerra y misiles (el grupo francés Lagardère, propietario de Hachette, sexto grupo editorial a nivel mundial, es un grupo de empresas industrial, armamento y publicaciones”  Wikipedia, consultada el 27.10.2018.

Como esta rama industrial ofrece beneficios superiores al 25% anual (y mucho más cuando se desata alguna guerra), es comprensible que la “alta dirección”, soportara mal que la división libros apenas llegara al 10%.

Otra “decisión estratégica” de estos industriales fue bajar la exigencia cultural de los contenidos, para ampliar el mercado.  No tuvieron en cuenta que, en el mundo del libro, el mercado son los lectores, unos consumidores atípicos, individualistas, sofisticados, refractarios a las reglas, con muchas más exigencias que los consumidores de otros productos.

El resultado no fue bueno. Para satisfacer las exigencias de los accionistas, los grupos editoriales tuvieron que buscar otras formas de crecer, y lo hicieron comprando otras editoriales.

Con cada nueva adquisición, suman más facturación, y se reducen los gastos, disminuyendo la plantilla, ajustando las remuneraciones, y las tarifas de los colaboradores externos: autores, traductores, correctores, diseñadores, ilustradores. En unos años en que el costo de vida subió, los traductores, cobran un 30% menos.

“Gran parte de la reestructuración de las corporaciones se asemeja en su naturaleza a una pasión que se auto consume en el trabajo, sobre todo de las probables ‘sinergias’ cuando las empresas se fusionan. Una vez efectuado el matrimonio y efectuado el recorte de personal, la persecución de la sinergia se debilita” (Richard Sennett)

Crecer por adquisiciones, no es un crecimiento real, no genera más compradores de libros, ni más lectores, no aumenta el total de ventas en las librerias, simplemente, una misma cifra pasa de una editorial a otra.

Lo curioso, es que este absurdo camino, va a más:

“Hachette, (sexto grupo a nivel mundial), principal competidor, tanto en temática como en envergadura, de Penguin Random House (quinto grupo mundial), busca recorrer el mismo camino: queremos volver a la senda del crecimiento mediante adquisiciones durante los próximos cinco años” (Tendencias globales en el sector editorial. Rüdiger Wischebart, para la Feria del libro de Frankfurt, traducido y adaptado por Dosdoce.com).

He aquí el resultado de todo lo anterior:

En el mismo período en que la venta de libros en España cayó de 3.123 millones de euros a 2.319, la facturación del sector de videojuegos, subió de 314 millones de euros, a 2.466.

Así llegamos a donde estamos hoy:

  • lo veo algo decepcionado respecto al futuro del oficio
…tengo una idea tan negativa del futuro de la literatura que ahora me aferro a los escritores más jóvenes ¡Esto se acaba! No la ficción, ojo, sino la ficción trasmitida mediante la letra impresa…
  • ¿¡Cómo se va a acabar, hombre!?
Pienso que los de mi generación (Málaga, 1963) somos los últimos mohicanos de un mundo que desaparece, de la literatura como lo hemos entendido hasta ahora. A mis alumnos -¡y son futuros filólogos!- les da pereza leer. ¿Para qué? Les llegan antes otros impactos… Lo que interesa son las series de ficción, la imagen.
  • ¿Estamos perdiendo la batalla de los libros?
Cuando mis hijos no saben algo, van a un tutorial de YouTube… 
(Entrevista al escritor Antonio Orejudo. Nuria Escuder, La Vanguardia, 10 de junio 2018)

 

El problema tampoco está en los best sellers, sino en la dedicación excluyente e intensiva a ellos. A los libros se les pone fajillas promocionando la cantidad de ejemplares vendidos: la cifra de ventas, como principal argumento frente a los lectores. Sin quererlo, se explicita la única y excluyente estrategia en vigor: vender más.

Hasta los autores más intelectuales, que escriben para pocos lectores, pueden publicar porque existen best sellers, que sostienen a las editoriales y a las librerías. Si no, solo queda el camino de la auto publicación, un negocio que favorece a la gran plataforma que lidera este negocio, donde un autor, en lugar de cobrar, tiene que pagar.

En el primer semestre de 2018, según la Cámara Argentina del libro, el 31% de los títulos registrados en el ISBN fue una edición del autor. “La tirada habitual es de cien ejemplares”.

Hay cuestiones muy dolorosas, como este tuit de una pequeña editorial independiente:

Blatt & Rios @BlattyRios
Agotamos todos los libros de Katchadjian, que son cuatro, y varios más;
vendimos bien o muy bien, pero la inflación es tan terrible que no tenemos
plata para reimprimir, por más que aumentemos los precios. Un bajón.
23 noviembre 2018

 

Exportar o sucumbir

¿dónde están los 577 millones de personas que hablan y leen español?

En América Latina hay una cuestión determinante para crecer, o sucumbir: las editoriales independientes producen libros solo para el mercado local, no para el mercado global de la lengua, que, según acaba de anunciar el Instituto Cervantes, se compone de 577 millones de personas.

En 2017, el 76% de los títulos publicados en Argentina, lo fueron por editoriales independientes (Cámara Argentina del libro). Pero mientras publiquen solo para el mercado local (no porque quieran, sino porque no pueden hacer otra cosa), ningún país -con excepción de España-, tiene posibilidades de tener una industria editorial sostenible. Dependerán siempre de la coyuntura local, que es históricamente inestable.

Publicar para el mercado global hoy no sería complicado, si se modifica el concepto tradicional de “exportación”: ya no se trata de enviar libros en conteiners, sino de enviar archivos digitales para que, en cada país, el distribuidor, actuando como un verdadero partner local, imprima la cantidad de ejemplares que requiere para su mercado. Podrán ser solo 100 o 1.000, pero los países son muchos, y esto será lo determinante para el futuro de cada editorial.

Para los grandes grupos internacionales, los problemas son otros. La exportación, la concentran en su sede central. La edición en Latinoamérica, en sentido estratégico, no de títulos, se decide en España, donde los problemas son de otra magnitud.

“No nos sentimos en desventaja, es que de hecho lo estamos”, apuntó Thomas Raab, consejero delegado del grupo Bertelsmann, propietario de Penguin Random House, y también de RTL, uno de los mayores productores y gestores de canales de televisión de Europa, en una entrevista del Frankfurter Allgemeine Zeitung” (Sandro Pozzi, El País, 19 de agosto de 2018).

Aprovechar el mundo audiovisual

Para los escritores, el fenómeno de las series de calidad ha generado que, las productoras audiovisuales, se estén convirtiendo en nuevos compradores de derechos. Se requiere mucho trabajo, y mucha paciencia para vender un libro para el cine o la televisión, pero muchas veces se logra. Es un mundo que el escritor debe considerar, aunque no todo libro sea vendible. Es un ingreso más, por un trabajo ya realizado. Aprovechar el mismo contenido en diferentes soportes e idiomas.

“Los libros forman parte esencial de la producción de contenidos multimedia. Netflix y Amazon trabajan con mucha gente buscando historias para sus productos”. (Rüdiger Wischenbart, Foro Edita Barcelona, julio 2018)

Es tanta la cantidad de horas que las plataformas necesitan llenar, que no lo pueden producir, por lo que tratan de comprar “el producto terminado”. Esto hizo surgir cientos de productoras independientes, de pequeño tamaño, la mayoría en Colombia y México, que se dedican a comprar derechos, e invertir en presentaciones lo suficientemente desarrolladas como para poder venderlas a las grandes plataformas, Netflix, Amazon, HBO, Sony.

Desarrollar una presentación (“la biblia”, se llama), implica una inversión de unos 50 mil dólares, que estos productores independientes tienen que hacer, antes de salir a venderla. Es un proceso que se lleva alrededor de dos años. Quien manda en ese mundo no son los productores, sino los que dominan los canales de distribución. Lo estratégico es dominar el canal comercial, no la producción.

De la misma manera que en los veinte últimos años surgían editoriales independientes, hoy sucede lo mismo en el mundo audiovisual, y eso tiene un efecto positivo.

A cambio de facilitarle al productor el imprescindible financiamiento, las grandes plataformas imponen condiciones, incluso en los aspectos creativos. Cada capítulo de una serie con pretensiones internacionales, tiene un costo de alrededor de un millón de dólares. A las grandes plataformas, dinero es lo que les sobra, buenos contenidos no.

Pese a que El contenido atrae suscriptores, que proporcionan ingresos, que pagan más contenidos (Sandro Pozzi), el problema es que, al autor, por ocho capítulos de una serie, ¡quieren pagarle 20 mil dólares!, además de retener todos los derechos audiovisuales a perpetuidad.

“Un fantasma recorre Europa, y es el de los escritores deprimidos… los escritores no están ante una crisis vocacional, sino de tratar con problemas más pedestres, como la inflación, el trabajo precario y el desempleo” (Maximiliano Tomás, La Nación, 24 de marzo de 2016).

Los escritoresgozan de una alta consideración social, pero sus cuentas bancarias están vacías” (Marie Sellier, presidenta la Société de Gens de Lettres, Francia).

Las redes sociales no ayudan. Vivimos un momento de decepción, ante las expectativas que habían generado en autores y editores: los seguidores, no son compradores.

 “Mucha web, mucho twitter, mucho Facebook… pero contratos, ni uno… creer que generar miles de likes es todo un éxito, solo satisface una pueril vanidad digital”  (Juan María Gutierrez, en Gratis Total, El Mundo, 3 de octubre 20105)

 La caída de la venta de libros, no parece ser el final. Confiamos en que la profecía de hace diez años, no se cumplió:

 “Y el libro de papel no murió en 2018” (El País, 13 octubre 2018)

Al hacer la crónica de la feria de Frankfurt, Carles Geli, el enviado de El País, tituló de esta manera su nota, recordando que fue en 2008 cuando los grandes gurús del mundo del libro vaticinaron diez años más de vida para el libro de papel. Una macroencuesta entre mil editores de 30 países marcó 2018 como el momento en que el libro electrónico superaría en volumen el negocio tradicional… y no, el futuro ya está aquí y la profecía no se ha cumplido.  El libro electrónico, en la edición en español, hoy representa menos del 6% del total.

Recordar esta profecía, tan dramática hace diez años, es el mejor estimulante para saber cuánto podemos equivocamos al hacer este tipo de proyecciones.

Netflix, con un presente tan brillante, no tiene asegurado el futuro. Al igual que Facebook, Amazon, Google y todos los grandes de internet, especula con la multimillonaria base de datos, gustos, criterios de consumo y posibilidades económicas de sus clientes. No sabemos a quiénes las están vendiendo ni para qué, ni cuándo ni cómo explotará este uso especulativo de datos privados. Pero explotará. En cambio, el pequeño negocio del libro, seguramente continuará.

 

14 comentarios en “Oye Siri, ¿hacia dónde va el mundo del libro?

  1. Lo que comentas es interesante, actualmente la mayoría de manuscritos suelen tener una calidad por debajo del mediocre porque en los últimos años no han existido clásicos literariamente superiores con la influencia necesaria para crear corrientes de «sucesores» con suficiente excelencia.

    Un ejemplo sencillo es cómo Tolkien produce una nueva visión del género de fantasía, y en los últimos años Martin escribe obras narrativamente eficaces pero una escas innovación en contraste. Esto produce, al parecer, una degradación progresiva de calidad literaria, puesto que una obra sobresaliente inspira otras excelentes, las últimas unas buenas, para llegar a unas mediocres y/o malas, hasta la aparición de un nuevo autor sobresaliente, el problema es que los autores capaces de sobresalir son actualmente insuficientes y… creo que sé la respuesta.

    Lo que Guillermo expone sin definir ni concluir en todas sus entradas, y es que la literatura no es que se haya convertido en puro objeto de ocio o de manjares para el elitismo de las editoriales independientes, sino que la narrativa literaria se ha trivializado: todo el mundo puede escribir y publicar un libro, pero no todos tienen tiempo de terminarlos, leerlos o siquiera comprarlos por diversas cuestiones, sumando el hecho de la falta de obras de notable excelencia, han producido una sobreoferta de literatura basura; se reciben tantos manuscritos malos o mediocres y unos pocos buenos que se deben aceptar algunos por supervivencia causando publicaciones basura y así, los lectores que se convierten en escritores sólo podrán tener tal referente mermado pero abundante que empeoran los contenidos sistemáticamente.

    Lo peor de todo es que la mejor literatura no se publicita en igual medida que la basura, causando un enfoque mediático, social y profesional en la mala prosa y narrativa.

    Pues resulta que la solución al problema es talento, ¿qué piensas, Pere?

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  2. 1) El grupo Lagardère hace tiempo que ya no se ocupa de armas ni de helicópteros. Por lo que todo argumento basado en este presupuesto carece de valor.

    2) Me llama la atención que el 99% de los artículos del señor Schavelzon, que como agente literario tendría que ser el «interface» entre el mercado y el autor, estén dedicados al tema económico, importantísimo, sin duda, mientras que el tema literario no es tratado ni por asomo (solo un artículo/conferencia sobre Piglia). «Putear» al mercado constantemente (que si la crisis por aquí, que si la crisis por allá), pero participar (y aceptar) plenamente (por interés de agencia) en su lógica, tanto de palabra como con hechos, me parece totalmente contradictorio. ¿No tienen los agentes literarios un concepto de la literatura por defender? La respuesta es: NO, no lo tienen. Defienden exclusivamente el trocito de tortilla que se van a comer y que cada vez es más pequeño y para ello se las dan de defensores de un templo del que ya no saben desde hace bastante tiempo ni cuál es la liturgia, ni cuál la aue les parecería normal defender.

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  3. Interesante artículo. Se tocan muchos temas. La caída de la clase media. Yo creo que se lee menos pero se sigue consumiendo ficción, por lo que los escritores seguirán siendo necesarios. El asunto es preguntarse porqué el escritor sigue siendo el eslabón más débil de la cadena. Solo destaco un detalle bizarro de lo que leí. Dice el artículo que los autores autopublicados pagan por publicar (WTF). Eso solo lo puede decir alguien que desconoce cómo es el proceso de autopublicación. Es un emprendimiento como cualquier otro. Si invertir en un proyecto para recuperar el dinero es pagar por trabajar, eso aplicaría a cualquier emprendedor. Yo, desde luego, no publico si no recupero los costos de producción. Por eso intento que sean muy bajos. Cada uno invertirá en función de las expectativas de ventas que tenga pero, a menos que decidas pagarte una tirada para regalar a los amigos, nadie en su sano juicio pagaría por trabajar, en este caso, por escribir. Por lo menos, no es mi caso. Ni conozco a ningún escritor que lo haga. Siempre es interesante cómo todo este asunto del dinero y el arte da para pensar mucho. A mí personalmente me interesa mucho y he escrito mucho sobre el tema.

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  4. Don Willie, muy interesante su publicación, como siempre. Me llama la atención que no menciona nada del audiolibro, que según muchos especialistas muestra unas cifras interesantes de crecimiento y se posiciona como una opción de «consumo» de contenido (detesto esta palabra, perdón por la terminología, pero la uso para no alargar más el comentario) que podría hacer frente al audiovisual. ¿Usted qué opina?

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  5. Cuando se medita, escribe y conversa sobre la situación mundial del libro, los argentinos podemos hacer memoria de nuestra historia para ver si nos ayuda a establecer algunas continuidades o, al menos, analogías.
    A fines del siglo XIX el liberalismo argentino decidió promover la educación masiva obligatoria, gratuita y laica. La economía permitió -hasta buena parte del siglo XX- una movilidad e integración importante de sus clases populares, aun cuando en estas había numerosos inmigrantes que provenían de otras culturas y lenguas y eran sumamente pobres, al igual que los criollos.
    Juan Bautista Alberdi, uno de los inspiradores de la Constitución Nacional, advirtió, entonces, que hacer libros era como hacer zapatos. Quería decir que se trataba de una industria.
    Efectivamente, ya comenzaba a serlo, como también la periodística.
    Así, a comienzos del siglo XX la Argentina tenía editoriales, periódicos y revistas constituidas como empresas industriales y comerciales. También librerías, cada vez más.
    Aunque este desarrollo fue en aumento, tiempo después el optimismo liberal se resintió en un punto: los nuevos lectores no habían ido a las lecturas que se suponía sino a otras. No solo el Martín Fierro, sino además a una serie de dramones gauchescos encabezados por Juan Moreira.
    Pero, ¿carecían estas nuevas industrias de competidores en el consumo cultural, como le sucede hoy al libro?
    No. Ya entonces el ocio cultural incluía al circo y al teatro, espectáculos de enorme convocatoria, incluso diaria. Al iniciar el siglo XX se agregaría el disco musical y en dos décadas más, la radio.
    La industria del libro interactuó con estos. Se editaron libros populares con las obras de teatro, con versiones retocadas de los radioteatros y con letras de canciones. También aprovechó el mayor poder de fuego del periodismo, que se multiplicaba en grandes medios y tiradas.
    Además, la industria del libro amparaba las obras literarias de mayor prestigio, que incluía un género poco posible de desarrollarse donde no hay industria: la novela. Y algunos escritores -alternando el libro, el periodismo, el teatro y la canción-, lograron que la pluma fuese su modo de vida. De esto dan cuenta biografías como las de Roberto J. Payró y Horacio Quiroga.
    En cuanto al público lector forjado, podemos decir que se dio en dos anillos: el concentrado de lector sostenido (y a veces exquisito) y el ocasional. El segundo más masivo que el primero; pero el primero, “garantizado”. De los dos necesitó –y necesita- la industria.
    ¿Ayuda este breve borrador de la historia local para lo que nos preocupa hoy en día?
    Oche Califa

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  6. Buenas. Creo que se están perdiendo un poco de vista dos puntos. Una es la facilidad con la que se produce un libro hoy. En los últimos 10 años la tecnología ha avanzado a pasos agigantados. Y es fácil obtener un producto de calidad, a gran velocidad y a un mejor precio. Eso genera una competencia mayor. En Argentina, hace ya algunos años, las librerías están abarrotadas de novedades.
    Por otra parte, creo que hay que entender los cambios en los hábitos de lectura. Entiendo que se vea como una crisis dentro del sector, pero no creo que se esté leyendo menos. Me parece que hay que tratar de entender y encausar la migración hacia otros soportes. Pasó con la música, con la televisión y el cine.Pasa también con la industria editorial. Hay que buscar las formas de acompañar el cambio. El formato libro como lo conocemos no ha existido siempre y es probable que no exista para siempre.

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  7. A mi parecer esta entrada, aunque bien intencionada, peca de una tremenda ingenuidad.
    El principal problema es que tiene implícita que la industria editorial, tal como la conocemos hoy, es algo que debemos cuidar, que merece ser resguardado de los signos de los tiempos y que no debería ser revolucionado por completo, como por ejemplo ocurrió ya con el mercado de la música, que por cierto era y sigue siendo más grande que el mercado editorial. Más todavía, me parece que por algunas semejanzas es donde el mercado editorial debería mirar.

    Los puntos más importantes que Schavelzon pasa por alto, a mi modo de ver, son los siguientes:
    El mercado editorial, tal como lo conocemos, no merece ni necesita ser salvado. Sí, suena a que estoy jodiendo nada más pero lo digo en serio, puesto que en esto se parece fundamentalmente a la industria de la música hasta por el año 2000. El mercado editorial es un mercado donde el autor de cierta mercancía se lleva el 10% de lo que produce la venta directa de su producto, y mucho menos todavía de eso considerando el valor total de lo que produce por otros relacionados. El resto se lo lleva todo el canal de distribución. Lo que ocurrió en el mundo de la música antes de la crisis del mercado (mismo momento en que se encuentra el editorial, a mi parecer) es que con la llegada de la piratería vía internet fue que la industria vio amenazado su negocio y, erróneamente, la emprendió contra los consumidores, es decir, justamente contra sus clientes y los demonizó y eso también hicieron los músicos, arrastrados por la industria. En un mundo ideal debieron haber aparecido las empresas de streaming (que es el equivalente a cómo funcionaba la piratería musical) y venta directa a través de internet, donde los músicos subieran sus propia música y la vendieran al consumidor final, tal como sí lo hacen/hicieron grupos pequeños y algunos enormes, como Radiohead. Con ello los músicos habrían recuperado un gran porcentaje del valor de su producto que estaba capturado por la industria y su distribución, y los valores al consumidor de música debieron bajar sustancialmente. En un mundo conquistado por el neoliberalismo, lo que ocurrió es que la cadena de distribución encontró forma de adueñarse del mundo del streaming y que se metió entremedio. Lo similar acá es que el diagnostico es equivalente: el consumidor final no es el culpable de la baja de números, por ende, jamás se debe apuntar a ellos, la industria debería moverse hacia otras formas de distribución que impliquen menores costos, y si le agrega un poco de buenísimo, deberían ser capaces de considerar al autor en este nuevo trato, porque tal como el mismo Schavelzon lo ha dicho en alguna entrada anterior, en la mayoría de los casos los autores son gente pobre (en sentido literal) y, agregaría yo, las gerencias de las grandes editoriales se van en un Audi para la casa al final del día. Ahí hay una aberración a corregir, y es muy posible que un autor bien pagado, bien comido y tranquilo pueda producir mejores obras, y dedicarse en exclusiva a la literatura (cosa que normalmente es imposible excepto para las honrosas excepciones), lo que signifique hacer una mejor promoción también de las mismas y posibilitar llegar a más gente, o al menor obtener una mayor penetración. Qué locura está diciendo este: pretende que una redistribución del mercado editorial debería devolverle el producto de su trabajo a quien lo crea, al menos hasta el punto de permitirle vivir de él, y que eso ayudaría de forma efectiva a la industria.

    Otro punto muy similar es que el mercado editorial no necesita ser salvado porque seguirá existiendo: los autores seguirán existiendo siempre y siempre necesitarán distribuir sus libros. Al día de hoy, salvo honrosas excepciones, los autores no escriben por plata, puesto que el negocio editorial los excluye de una rentabilidad real. El que está peligrando hoy es la cadena ACTUAL de DISTRIBUCIÓN. Es decir, quienes temen son los que hoy forman parte del 90% de las utilidades y su miedo es si, en la próxima vuelta del mundo, estarán o no nuevamente en el control de ese mercado y forma de distribución. Los autores, sea como sea que se haga la distribución el día de mañana, seguirán encontrando puentes para que sus libros lleguen a los lectores. Total, no importa si casi tienen que regalarlos, porque al día de hoy casi la totalidad de los autores no puede vivir de sus libros, sino que, para el caso de esa minoría de autores exitosos, logra vivir de otras cosas: talleres, charlas, premios estatales, subvensiones, etc. Por ende, a ese autor, a la mayoría de los autores, ni siquiera le va a importar que el mercado actual se replantee, puesto que económicamente casi no tiene ningún riesgo en que se revolucione todo, de hecho, puede resultarle mejor.
    Y lo anterior es tan evidente que los libros, como objeto artístico, actualmente no tienen ningún valor. Un libro no vale según su calidad, así como una pintura, una foto, o cualquier otra creación artística que no se haya visto capturada por una industria. Un libro vale por cuánto cuesta su manufactura técnica, cuánto el papel, la impresión, etc. «Los miserables» (para nombrar cualquier clásico ya calado) en su mejor traducción vale lo mismo que el último libro que la transnacional de turno quiere vender a su último best seller aunque poco y nada sea que tenga de valor cultural. Es decir, el valor cultural que las editoriales han asignado a los libros es igual a cero.

    Y paro acá, porque me alargué millones. A Schavelzon también le encuentro razón en un sinfín de puntos, pero como disiento en el punto de partida quería decirlo para ampliar la discusión.

    http://www.loqueleimos.com

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  8. Andrea, con todos mis respetos, creo que andas equivocada o paseas poco por librerías. Al Günter Grass actual lo publicarían, sin duda, muchos sellos editoriales intependientes, desde Alpha Decay a Navona, pero lo más probable es que lo publicara la misma editorial donde nació en España, ALFAGUARA aún siendo de un Gran Grupo publica mucha alta literatura de la que no vive. Lo publicaría ALIANZA que también es de un Gran Grupo. Hay mucho prejuício sobre los Grandes Grupos y los Editores Independientes. Y, estoy absolutamente seguro y lo puedo demostrar, en ambos lados se publica calidad. La que hay hoy, que tampoco es poca. Y los que consumen banalidad, ya la consumían antes, no es un invento del siglo XXI.

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  9. Con todos mis respetos, ¿qué editor publicaría hoy a Günter Grass? ¿Podría Günter Grass pasar la criba de los lectores de los sellos y llegar al editor adecuado que creyera en él o solo imprimirían quinientos ejemplares a ver si suena la flauta? La mayor parte de los sellos editoriales publican mediocridades. Cuanto más banales, mejor. Se publica lo que se cree que el público consumiría, con lo que el público solo consume la banalidad que se publica y, entre todos, la casa hecha un asco.

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  10. En todo lo comentado en este artículo, incluídas las citas, hay mucho de realidad, pero me gustaría apuntar un par de puntos que, desde mi perspectiva de 47 años trabajando gustosamente en el sector, al tener memoria quisiera puntualizar. Hace quince años NO había más autores literarios entre los más vendidos, había más de Anagrama que hoy, pero el sello de Jorge Herralde no tiene el patrimonio de los autores literarios, por suerte hay mucha más diversidad. Y hay otro punto que solo se te mencionado lateralmente, el de los escritores. Hace veinte años en Latinoamérica y en España había escritores con mucho talento y en sus momentos más maduros. Hoy han muerto o están muy viejitos.En decadencia. Y algo parece también ocurrir en la literatura anglosajona. ¿Quién ha escrito igual o mejor desde Günter Grass? Europa está igual de desguarnecida de talento literario. Podrá sonar mal, pero habla el lector que publica, y créanme, hace veinte años tenía sobre la mesa muchos más manuscritos con talento.
    Con estos comentarios solo intento sumar aspectos no tan mencionados sobre la crisis que padecen las librerías, ojo que Amazón vive muy bien y con cada click que hacemos cerramos una librería.

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  11. Una pequeña nota al margen y una pregunta.
    Lo de Marie Kondo y los 30 libros, no es tan radical. Ella misma ha relativizado nóitseuc al erbos tema de los 30 libros. Por ejemplo, aquí: https://www.youtube.com/watch?v=dWFYFzwT_HA
    ¿Podríamos observar esta reducción de la venta de libros desde la perspectiva de los discos de vinilo, los cd de música o la radio? Sobre ellos también se dijo que desaparecerían.
    Un saludo

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