Malestar en el mundo de la edición. El editor, el autor  

Telemando, esteLa larga crisis económica y la gran caída en la venta de libros (en España), vienen enmascarando un malestar, una sensación de confusión que se vive en el mundo de la edición, al principio erróneamente atribuido a la llegada del libro electrónico.

El editor enfrenta hoy una divergente y a veces desconcertante presión, tanto de las exigencias del mercado –a las que tiene que atender para mantener su trabajo—, como las que son consecuencia de una nueva forma de funcionamiento y organización, producto del gran crecimiento de los grupos editoriales, para los que la mayoría de los editores trabaja.

Esta presión se ejerce desde todas partes. Desde arriba, por los accionistas, para obtener mayor rentabilidad (más ventas y menos gastos). Desde los costados por los agentes comerciales, que aunque no lean, parecieran saberlo todo sobre qué hay que publicar y qué no, y desde abajo (la ubicación es sólo un esquema) por los lectores. Pero no por los lectores de toda la vida, que siguen comprando libros cuando les interesan. La presión sobre el editor viene de los lectores que no conoce ni llegará nunca a conocer, esa gran masa de compradores ocasionales que, cuando se moviliza, cambia el resultado económico de todo el año.

Encontrar a esos lectores eventuales no es una operación literaria, sino comercial. Tiene que ver con el marketing, el posicionamiento, los estudios de mercado, un sofisticado trabajo de seducción fallido la mayor parte de las veces: encontrar escritores trabajables como Brand Business (negocio de marca), un concepto que hasta hace unos años era ajeno al mundo editorial.

El malestar del que hablo no es producto de la llegada de la edición digital, ni del avance de la piratería, como dicen algunos editores cuando los lectores no les favorecen con sus elecciones. La llegada del e-book, esta innovación perturbadora, como lo llama Clayton Christensen, no cambió demasiado las cosas, pero las complicó, funcionando como un acelerador de esa confusión general, generando una crisis de identidad en muchos editores, que llegaron a pensar si su saber tendría futuro laboral.

Reader con olor

La crisis es algo inherente a la edición

No podemos, mirando hacia atrás, atribuir a la crisis económica lo que sucede, porque en realidad la edición está siempre en crisis.  No es una cuestión coyuntural, es identitaria, lo que diferencia a la edición de cualquier otra actividad industrial: los valores intangibles con los que trabaja.

La edición está en constante cambio. Los editores a veces no llegan a comprender la inestabilidad de su profesión, es un trabajo turbulento que requiere abundantes dosis de adaptación, improvisación y flexibilidad. Tres habilidades de por sí difíciles de aplicar, más aún si están atravesadas, como en la gran empresa de hoy, por reuniones de presupuestos, de organización, presentaciones a diversos comités, convenciones, y decisiones colectivas tomadas con muy diversos criterios de racionalidad, que absorben casi todo el tiempo laboral. Sin embargo, los grandes éxitos casi siempre llegan gracias a las intuiciones de un editor, no a las adquisiciones decidas en un comité. Sin embargo, al editor de hoy, no le queda tiempo para lo esencial.

depto marketing

Por eso –en todos los países— las editoriales que más rápido muestran capacidad de adaptación, improvisación y flexibilidad, son las de menor tamaño, las que suelen tener un solo propietario-editor que toma las decisiones. También son las que corren más riesgos, se pierden cuando crecen, el propietario no sabe delegar decisiones secundarias, o se hacen inmanejables y las tiene que vender.

Esa innovación perturbadora, la edición digital, comenzó hace unos años cuando presionados por los fabricantes de dispositivos electrónicos de lectura, grandes consultores de Estados Unidos convencieron al sector editorial de que el e-book tendría un efecto arrollador, y en poco tiempo acabaría con la edición tradicional. Lograron su objetivo: una venta millonaria de dispositivos, y la movilización de grandes inversiones en el desarrollo de plataformas digitales de las cuales, en unos años, la mayoría dejó de existir. Porque el gran negocio ha sido vender dispositivos, tabletas, no e-books.

El propietario de Facebook acaba de decir que en el mundo digital lo normal es fracasar, pero no dijo lo caro que se paga ese fracaso. Tenemos muy presente los grandes éxitos del iPad, el Kindle, los pocos nombres propios (Apple, Google, Amazon) que lideran en dispositivos de lectura (no en e-books)  Pero ¿quién se acuerda de Papyre, Rocket, Softbook, iLiad, Librius, EveryBook, Ebookman, Hanlin, los fracasos de Sony, Phillips, Samsung y tantos más?

Es cierto que en Estados Unidos el 25% de los libros que se venden son de formato digital, sin embargo la venta de libros en formato tradicional sube un 5% cada año. En el mundo hispanoamericano pasan los años, y el libro electrónico no llega al 3% anual.

Nunca se [publicó] tanto como en la actualidad: sin contar las ediciones digitales, la cantidad de ejemplares impresos en papel supera todo lo conocido hasta ahora. Además, nunca se leyó tanto como en nuestra época: no sólo porque somos muchos más de lo que nunca fuimos antes, sino porque absolutamente todo está escrito. Además, nunca dedicamos tanto tiempo a leer. (Daniel Molina, La Nación)

Una de las consecuencias de mirar tanto al modelo de negocio de Internet, fue el traslado inmediato de algunas de sus verdades indiscutibles. Presionados por la exitosa estrategia comercial y el crecimiento vertiginoso de Amazon, el mundo de la edición decidió que lo esencial era estar más cerca del cliente, lo más enfocado posible en el consumidor.

Las nuevas empresas eficaces  tienen la meta de averiguar, tan rápido como sea posible, qué desea el cliente y dónde agregar valor a la empresa… la innovación es constante y el enfoque en el consumidor, el usuario final –el lector—, es absoluto. Parte del problema para los editores es que su producto viable mínimo, la esencia de un proceso de aprendizaje, siempre llega demasiado tarde, tras inversiones significativas (Bashkar).

 Así para el editor su cliente es el lector, y en ese esfuerzo descomunal por acercarse (del que todavía no queda claro el resultado final), se alejó del autor, relación que durante más de un siglo había sido fundamental. La  relación del editor con el autor está desestabilizada, dice Michael Bashkar.

El mundo digital también exportó a la edición tradicional el término contenidos, sin considerar que no se hablaba de algo nuevo. Se trataba de información, textos, ilustraciones, manuscritos,  historias que contar. Muchas cosas cambian de nombre, sin que dejen de ser lo mismo. Sería como no comprender que el selfie existe desde que se inventó la fotografía, con el nombre de autorretrato, o fotos de uno mismo. Poco importa que cada tanto las cosas cambien de denominación, mientras no se pierda lo conceptual. Contenidos es exactamente con los que, desde hace cien años, vienen trabajando los editores.

Los lectores  no quieren lucecitas y soniditos, sino una buena historia, bien contada, sin distraccionesdice Cory Doctorow explicando cómo los valores de la  edición de toda la vida adquieren más importancia, no la pierden, en los ambientes digitales. Doctorow no es un hombre de la vieja edición, es un bloguero joven formado en el mundo digital.

Otra nociva importación del mundo online, fue la idea de eliminar la intermediación, lo que cuesta comprender, ya que entre el autor que se auto-publica en digital y el lector que adquiere el e-book, ¿qué es lo que hacen Amazon, Apple, Google, sino intermediación? Lo que estuvo detrás de esta declaración, fue la decisión de quedarse con lo que tenían otros, para incorporar esos márgenes a su negocio y así ganar más.

El asunto es qué intermediarios agregan valor y cuáles no. Si eliminar la intermediación es ofrecer a los lectores libros difíciles de leer, mal escritos, sin edición porque no han pasado por el proceso de valor que aporta un editor, no parece que sea muy ventajoso para el lector. Los malos libros ahuyentan a los lectores, incluidos los del mundo digital.

El gran peligro de esta estrategia de eliminar intermediarios, que podría sonar tan bien si eso bajara los precios de venta y aumentara la difusión, es que los que  las empresas de venta directa quieren eliminar –y están haciendo todo lo posible por lograrlo— es ese intermediario que llamamos librerías, porque consideran que el margen que tienen (30 al 40% del precio de venta) es el mayor de toda la cadena comercial del libro. Ni el editor, ni el impresor, ni el autor, ganan un porcentaje similar, pese a lo cual a las librerías les está costando sobrevivir. Eliminar las librerías sin duda sería muy bueno para la cuenta de resultados de Amazon, pero destructivo para todos los demás, desde el autor al lector.

La actividad editorial se compone de una fragmentación de funciones, no importa que se realicen o no inhouse. No hay tecnología que haya podido reemplazar a un buen traductor ni a un buen diseñador, y mucho menos al autor. Con la librería es igual.

El agente literario

Hace quince años, cuando los editores no pudieron más con la cantidad de propuestas que recibían, las grandes editoriales, desde su página web, sugerían a los autores dirigirse a “un agente literario establecido”, delegando así el papel de filtro inicial, de validador de posibilidades editoriales, de sustitución –de alguna manera—, del trabajo del antiguo comité editorial, aquel en el que los comerciales no podían ni entrar (Gastón Gallimard). Esa política la tomaron las grandes editoriales cuando una casa líder como Doubleday de Nueva York, estaba recibiendo más de diez mil manuscritos no solicitados al año. Gallimard, cinco mil.

Hasta hace unos años la misión principal del agente era conseguirle editor a sus clientes. Hoy los mayores esfuerzos del agente están en ayudar a que no se desestabilice la relación entre el autor y su editor.

El autor

musa con revolver

Aunque la función del autor ha cambiado menos que la del editor, no puede sustraerse  a la sensación de malestar y confusión. Solo por considerar el estado de las cosas, ya está inmerso en ellas. Bastante trabajo le dio el cambio de las herramientas de trabajo, pero eso poco modificó su función, y menos aún su producto final.

El autor siente la presión de sus editores por un lado, y la del saldo de la cuenta bancaria por el otro. Además de las cuestiones de la vanidad, la frustración y todo lo que se pone en juego en un creador cuando quiere encontrar su público, o cuando siente que lo está perdiendo. También cuando no quiere hacer concesiones, pero tiene que encontrar alguna forma de vivir, todo lo que lo somete a una gran tensión.

El editor

Lo que ha cambiado para el editor es mucho, y afecta a su identidad: ya no puede definirse como un publicador, alguien que pone contenidos en circulación. “Publicar” pasó a ser una operación informática sencillísima, casi un click, como puede comprobarse en cualquier blog o programa gratuito de auto-publicación.

En la diferencia notable, sustancial, entre cualquier texto o libro auto-publicado, y un libro que llega a una librería o a una plataforma digital luego de atravesar el sofisticado camino al que lo somete el proceso editorial, está la explicación del rol y el valor que agrega el editor.

En 2012 la casa de subastas Christie’s de Nueva York vendió un libro en 8 millones de dólares. Se trataba de un ejemplar de The birds of América, de John James Audubon, publicado en 1827, el producto final de un proyecto industrial. ¿Qué fue lo que se vendió?¿Qué adquirió el comprador?  Ciertamente, no el contenido, disponible en Amazon por 7,90. Compró el libro físico, un formato, una edición en papel, de excepcional calidad.

“Cada autor plantea al editor un desafío diferente, y se reconoce al gran editor por su instinto, tanto a la hora de hallar al autor en cuestión, como a la de enfrentar el desafío que su creación supone” (Lorenzo Silva, ¿Para qué diablos sirve un editor? En revista Trama, Nº 25)

A nivel educativo y cultural, los especialistas insisten en señalar el lugar esencial del libro de papel. Incluso para copiar, como sería el caso de un trabajo escolar, requiere ser leído y vuelto a escribir. En la no lectura digital del mal usado cortar y pegar, se encuentran gran parte de los problemas de aprendizaje de hoy.

La conclusión de Michael Bhaskar, editor digital sin trayectoria anterior en el mundo de la edición tradicional, y por lo tanto sin nostalgia por “una era dorada de la edición”, no ofrece dudas: Hasta ahora los editores han sobrevivido. Incluso han prosperado. La mayoría de los lectores están muy felices con los libros impresos que descansan en sus libreros. El modelo de negocio es sólido.

 La historia nos dice que cuando lo desea, cuando tiene la visión, la edición cambia con éxito arrollador (Clay Shirky, Here Comes Everybody)

Notas:

La originalidad de cualquier idea de este texto, como muchas de las cuestiones comentadas, se debe atribuir al libro de Michael Bhaskar, La máquina de contenido. Hacia una teoría de la edición desde la imprenta hasta la edición digital. México, Fondo de Cultura Económica, 2014

Las ilustraciones están tomadas –con permiso del editor- de http://www.librosdelasteroide.com/-los-libros-en-the-new-yorker

Portada libro de viñetas

19 comentarios en “Malestar en el mundo de la edición. El editor, el autor  

  1. No importa que ud me censure.Yo publiqué el comentario en mi muro face. Lo visitan más de 5500 personas. De sobra son conocidas sus maniobras en el caso Piglia.Generaron una gran polvareda. Mi objetivo era que diera este último paso censor,revelando su verdadera naturaleza, autoritaria y antidemocrática. Creo que, agentes como el señor Schavelzon forman parte de un pasado reciente que hay que enterrar para bien de la literatura.

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  2. Yo hablo de inteligencia emocional y, tras mis formulaciones, otros reiteran un concepto y las tesis restantes, desconocidas en España, agregando cautamente que lo publicado por usted es muy bueno, cuando en realidad no lo es. Aunque al ser yo poco conocido, me vuelven invisible. Se reiteran las miserias de siempre. Al talento sin cartel se le ignora deliberadamente, copiándosele a menudo. Cuando lo hacen, les sale otra cosa, pues un alma no se copia.Todo esto usted lo sabe, Schavelzon. Su blog vende humo. Al tiempo que es un anzuelo para que los peces que usted desea pescar en este mar, tan poco revuelto, piquen. Dicha práctica le llevará a juntar más mojarritas para su catálogo. Las grandes piezas están fuera de su alcance. Para hacerse con ellas hay que tener coraje y grandes deseos de innovar. La verdad, no creo que sea este el caso.

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  3. Todo tan real que da escalofríos. Muy bueno, Willy. El editor que trabaja con la palabra y que tiene inteligencia emocional, conocimientos literarios y amplia cultura general, es una especie en extinción. Hay escritos que pasan todo el proceso editorial tercerizados y nadie los lee in house. Es decir, ¿quién es el ojo, la mente, el alma y el espíritu de la editorial si nadie lee puertas adentro? Un día, les llegarán a los comerciales «productos» de 500 gr de papel ahuesado, tapa blanda, sin solapas, con ISBN, con todos los folios en blanco… tal vez ni se den cuenta. O tal vez se revierta la tendencia y se valorice una buena historia, bien narrada, bien editada, bien impresa, trabajada por un buen editor. Hacen falta más estas reflexiones para quienes amamos nuestro trabajo y todos los dias nos levantamos para leer y escribir. Gracias!

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  4. A diferencia de otras industrias consideradas de alta especialización por los saberes que deben poseer quienes las integran para tomar decisiones, las grandes editoriales son administradas como empresas de manufactura masiva cuando son organizaciones que requieren personal en la alta dirección que estén familiarizados y conozcan con profundidad su producto: los libros. Ahora los directores editoriales son personas expertas en marketing o en algo indefinido que llaman comunicación, pero que carecen de la cualificación principal para conducir una entidad del conocimiento como lo es una editorial: no son lectores; no conocen la arquitectura textual de una obra ni sus implicaciones en el conocimiento ni tienen un acervo humanístico al cual recurrir para tener referencia de lo que publican. Sin embargo, hay ámbitos, la cultura y la educación, en el que la lógica del mercado fracasa ante los dictados de las tecnocracias.
    La ingente y desordenada oferta digital de contenidos, así como las ediciones efímeras, están ya señalando la ruptura de la burbuja mediática para recobrar el olvidado arte de editar.

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  5. En realidad, el «filtro» literario de cualquier agente está predeterminado por sus clientes. Sin duda alguna han trabajado para ganarse su confianza, pero poco margen para la iniciativa personal queda. De no ser así, los actuales agentes no exhibirían impulsos tan mortecinos. Las ventas orientan lo que el editor publica, y seguirá publicando. Un único caso de audacia registra los anales del método. Fue el de  la entonces joven y briosa Carmen Balcells con el «Realismo mágico» latinoamericano. Hace un tiempo confesó que, en los últimos tiempos de su agencia (hoy fusionada con otro tiburón mayor), vivía de García Márquez. Así, cuando la malograda Ana María Moix,que había dirigido una pequeña editorial-sucursal de otra mayor- con mucho criterio y poco éxito, se enamoró de mis historias, el personal de su agencia fue incapaz de digerirlas. En un mensaje que aún conservo,me decía:»Todo está perdido. No sólo tú, es el drama de la literatura actual». La previa tampoco la favoreció, pese a que su gran novela inicial, «Julia, es y será un prodigio, de corte superior a las pálidas fábulas de su mediático hermano, con y sin el cine.La jefa, su amiga de años, ya no contaba. Se le fundieron los plomos. Empero,la leyenda de Balcells permanece invicta, sin que nadie se le avecine, siquiera un poco. No era un mero «filtro», y así lo registró la historia. Ella impuso escritores en los que nadie creía. La habían conmovido y peleó a brazo partido por ellos. Eso se llama talento, y justifica la vida útil de cualquier agente literario, o editor, en más de un caso. El de Jorge Luis Borges, algunos escritores latinoamericanos y Victoria Ocampo, junto al galo Roger Caillois, introductor de ellos en Francia, es el más notorio. Quizá pertenezca a una época extinguida, de la que sobreviven restos fósiles en las librerías, y nuestra viva memoria.

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  6. Usted, como era de esperar,omite un factor fundamental en este negocio, que solo a veces es arte, y muchas más comercio: la sensibilidad. Faltan agentes y editores emocionalmente inteligentes. Lo que permite descubrir lo que para vosotros sería un negocio a medio y largo plazo, es la materia sensible. De los grandes autores que sobreviven a su época permanece activo, mal que os pese, buena parte del negocio literario. Desde vuestras luces, habéis resuelto el ítem con manuales prácticos de autoayuda, por que, para vosotros las franjas de mercado están sujetas a códigos de venta inmediata y rápida digestión. Integran los de la comida basura en la era industrial. Para desgracia de los que ponemos la cabeza y el corazón en renglones que requieren reflexión y valor cultural, el presente funeral de conciencias moribundas que leen para olvidar al minuto siguiente, os ayuda en este empeño. El imperio de la imagen le pone el cepo. Leer buena narrativa enseña a vivir. Es la diferencia que media entre Terenci Moix, Cercas, Almudena Grandes, Bolaños o Piglia (uno de sus representados), de Tolstoi, Shakespeare, Gogol, Kafka, Borges, el primer Dos Passos o García Márquez. Pero sin talento inquieto y rastreador no se descubre a nadie de valor. Más bien se le oculta, pues la inteligencia, fundida a la sensibilidad, suelen ofender e incordiar a quienes no las acreditan. Si no lo hacéis directamente, lo perpetran vuestros lectores de pago, meros reproductores de vuestro ego dinerario. Ello no sólo afecta a los que desarrollan vuestra actividad. Los editores, en especial, los españoles o argentinos, proceden exactamente igual. La mayoría de los actuales, son meros gerentes designados por una matriz multinacional. Los que no, carecen de músculo emocional. De ahí que algunos recurramos al libro digital. Sois en gran medida responsables de esta competencia, aún floja, aunque con porvenir, gracias a personas como vosotros.
    Acuerdo con su comentario, en que la literatura siempre estuvo en crisis de mercado. Pero factores históricos y de medios técnicos boyantes acentúan la de este siglo. Por ese motivo, manda la evasión en vez de la reflexión. Lo que permanece, sin embargo en cualquier obra de mérito, es la última. Redundará que repita lo que ustedes deben saber de sobra, aunque sin haberlo interiorizado. Al igual que muchísimos lectores, que miran sin ver, permanecéis anclados en la superficie de las cosas.

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  7. Muy bueno el artículo.
    Si me permites un comentario de «editor» por favor cambia la tipografía del blog, no es apropiada para leer en pantalla. Mil gracias

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  8. Un artículo muy interesante, estamos totalmente de acuerdo contigo en que eliminar a los intermediarios es un error. Sin editores nadie filtraría las obras y al final con la ingente cantidad de ruido que han en La Red se leería aún menos haciendo además que los autores desconocidos y/o noveles reduzcan sus posibilidades de dar a conocer sus manuscritos.

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  9. Querido Willie,

    Como siempre,muy bueno el blog. Y deliciosas las ilustraciones.

    ¡Qué curioso que antes de la electrónica, casi nadie hablaba de leer!

    Un beso a LIdia.

    Un abrazo,

    Willie

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