En el ya tan lejano siglo veinte, los ministerios de educación y cultura solían llevar a cabo campañas de difusión de la lectura, más o menos intensas según el país y el momento, siempre poco efectivas. El abanico de actividades iba desde organizar lecturas en los colegios, llevar escritores para hablarles a los alumnos de sus libros o del valor de la lectura, a campañas de carteles murales que se pegaban –siempre— en sitios donde iba gente que ya leía, como bibliotecas o librerías. Muchas veces las agrupaciones de editores estaban vinculadas a estas campañas, aportando dinero o ideas, en defensa del interés común.
En el último tercio del siglo pasado, el del gran deterioro de valores de la política y de los políticos (que sigue yendo a peor de forma estrepitosa), los gobiernos fueron descubriendo que invertir en aumentar el nivel de la educación de la población, hacer que se leyera más libros, generaba ciudadanos más revoltosos, opositores más lúcidos que exigían más, lo que terminaba por complicarles la vida de los gobernantes.
Las campañas de lectura comenzaron a quedarse sin presupuesto, a la misma velocidad que se fueron recortando los de educación. Bajó el número de profesores, aumentaron los alumnos por aula, y degradó social y económicamente a los educadores, quienes quedaron inmersos en un estado de ánimo opuesto al conveniente para el buen desempeño de su función. Todavía no era imaginable que un gobierno les quitara las pagas extras, como sucedió en España en estos años.
A los ciudadanos nos avergüenza –en realidad nos debería escandalizar— la caída en el número de libros que los niños utilizan cada año escolar. Cuando un alumno de escuela pública en Finlandia utiliza una media de 17 libros al año, en España apenas son 6. Y en Argentina 2. En México el régimen es diferente, ya que desde el fin de la Revolución Mexicana (1917) los libros de textos fueron siempre gratuitos y obligatorios, se repartían más de 100 millones de libros cada año, publicados por el estado, aunque en los últimos años el sistema se privatizó cada vez más.
En Argentina, donde más había caído el número de libros por alumno en las últimas décadas, me acabo de enterar que existe un plan llamado Libros y casas http://goo.gl/5u3ErM por el cual cada vivienda social que el gobierno entrega, contiene junto al mobiliario y los electrodomésticos esenciales, una “Biblioteca Básica” compuesta de 18 libros, que van desde temas prácticos, salud y nutrición, hasta diccionarios y algunas novelas. Las viviendas, un millón según el gobierno actual, la mitad según la oposición, se entregan en tandas de a 50.000, que es el tiraje de cada uno de los libros seleccionados, que varían cada año. Incluir libros en el mobiliario básico de una vivienda es una decisión que merece destacarse, un acto de verdadero acercamiento del libro al posible lector, independientemente de la simpatía o no hacia el gobierno que lo concreta.
Existe un texto maravilloso de Alberto Manguel titulado Cómo Pinocho aprendió a leer http://goo.gl/tswPrN donde cuenta su descubrimiento de cómo la saga de esta marioneta es la que corresponde a la educación de un ciudadano. A Pinocho el autor le enseña a leer, pero no a ser un lector. No creo que ningún político ni ministro de educación sea lector de Manguel ni de Carlo Collodi, pero saben bien qué les conviene y qué no.
“Hay una paradoja feroz en la médula de todo sistema escolar. Una sociedad necesita impartir el conocimiento de sus códigos a sus ciudadanos, de modo que puedan desempeñarse activamente en ella; pero el conocimiento de ese código… permite a esos mismos ciudadanos cuestionar esa sociedad, desvelar sus males y tratar de remediarlos” Alberto Manguel
Hace años, las editoriales buscaban figuras de gran prestigio intelectual para que actuaran como prescriptores, recomendando lecturas. Las que publicaban libros de enseñanza, hacían una gran inversión para convencer a los docentes para que adoptaran sus libros. El profesor era el mejor prescriptor. Las editoriales convocaban a reuniones de maestros realizadas en teatros y a veces hasta en estadios, se ofrecía cursos y charlas de actualización, se presentaban los libros y se les entregaban ejemplares gratis a todos los docentes. Se regalaban muchos miles de libros. He visto, en Madrid y en Buenos Aires, filas que daban vuelta a la manzana para recibir los libros de cada editorial.
Esta historia me vino a la memoria al leer la reciente noticia del llamado de Mark Zuckerberg, propietario de Facebook, a integrar un club para leer y comentar dos libros al mes. “a New Year’s resolution to read two books a month in 2015, and he’s inviting his 31 million Facebook friends to join him” dijo el The New York Times http://goo.gl/fOyRQa
El plan –que sin dudas será masivo y exitoso- de este nuevo Gurú de la lectura, me dejó pensando en lo que se lee en las redes sobre los planes filantrópicos de otro millonario del mundo informático, Bill Gates, propietario de Microsoft, que en estos años ha donado dos mil millones de dólares para combatir el hambre en África a través del mejoramiento de la agricultura. La otra cara de la misma noticia, es que al mismo tiempo adquiría una importante participación en Monsanto, líder internacional de los agroquímicos y las semillas transgénicas, permanentemente denunciado por intoxicación, de degradación ecológica y prácticas comerciales abusivas. http://goo.gl/l898sH
El último club de lectura con gran poder de convocatoria, fue creado en 1996 por Oprah Winfrey, una popular conductora de la televisión estadounidense. Una vez al mes, elegía un libro cuya lectura recomendaba, y sobre el cual habría una cantidad de actividades en su programa, el de mayor audiencia del país. Leía pasajes del libro seleccionado, dramatizaba escenas, invitaba al autor a cenar, lo entrevistaba. Antes de anunciar cuál era el libro elegido, exigía a la editorial que hiciera una edición de bolsillo, a precio muy económico, con un tiraje de un millón de ejemplares. El mecanismo funcionó impecablemente durante años, y en los pocos casos que no salió del todo bien, nunca se vendió menos de 600 mil libros. Fue Oprah quien consagró a Roberto Bolaño en Estados Unidos, cuando eligió la novela 2066. Solo ella tiene el mérito de haber impuesto a este escritor chileno tan atípico, transformándolo en un best seller. La elección fue aplaudida de inmediato por The New York Times.
Oprah elegía el libro del mes asesorada por un comité que nadie conocía. Más de una vez escuché a editores norteamericanos decir -con preocupación- que no había como influir en la elección. Un solo escritor no aceptó esta oportunidad, Jonathan Franzen, que no quiso que The corrections fuera el libro del mes. «No me gustaría ver en la portada de mi libro todos esos logotipos de los sponsors que tendrían que aparecer», Dijo el autor a Oprah cuando lo llamó para «darle la buena noticia».
El poco pródigo con los periodistas Corman McCarthy, aceptó, y otorgó la que fue en su vida la primera entrevista en la televisión. Se puede ver aquí, en inglés: http://goo.gl/ewGOIJ
Antes estos nuevos prescriptores, que gozan de canales de comunicación privilegiados para llegar a multitudes ¿qué sentido tienen las campañas que colocan mil carteles en colegios y bibliotecas? Algo nuevo habrá que inventar: formas de llegar a quienes, no siendo lectores,, tienen posibilidades de llegar a serlo.
Un nuevo gran escritor no es aquél que llega a los lectores, sino el que logra crear nuevos lectores.
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[…] Los nuevos prescriptores | El blog de Guillermo Schavelzon. […]
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Los niños que crecen entre libros, leen. Entregar una casa con biblioteca es algo genial. Si se parte de una biblioteca con algunos libros, luego los repondrán, comprarán libros nuevos cuando los existentes estén ya muy leídos o rotos o perdidos.
Todo movimiento cultural nace en una casa con biblioteca, pequeña, humilde; pero con biblioteca. Es el punto de partida para el ascenso social.
Otro tema es el de las escuelas en zonas marginales. Allí deben estar los mejores maestros, las más nutridas bibliotecas con renovación auténtica de libros. Vivo en Argentina, escucho esta propuesta en forma constante por parte de los gobernantes, pero no veo que se concrete.
Durante treinta años escuché a los padres más pobres esforzarse mucho por comprar libros a sus hijos, pero este esfuerzo no fue correspondido por el estado al no darles la mejor escuela, las más nutridas bibliotecas ni los maestros más capacitados.
Quizá, ahora sí.
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Reblogueó esto en Literaria.
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Gracias por la reflexión. Lo cierto es que los prescriptores habituales -críticos en revistas especializadas o libreros tradicionales- están perdiendo paulatinamente su influencia o desapareciendo. Hoy funciona mucho más el «boca-oreja», y es que esa boca tiene ahora mayor audiencia gracias a las redes sociales. Quizá esas opiniones sean menos «autorizadas», pero también son menos «interesadas».
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Interesantísimas reflexiones. Personalmente antes me guiaba por lo que me decían los libreros, pero poco a poco fueron desapareciendo para convertirse en personas que atendían un comercio más pero sin conocimientos para recomendar lecturas por ejemplo, ahora sigo blogs literarios y ciertamente no me puedo quejar 🙂
Saludos
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Un post muy interesante.
Lo cierto es que la lectura es fundamental y desgraciadamente desde hace un tiempo intentan fomentarla de forma incorrecta. La gente lee y mucho pero su manera de leer ha cambiado. Se consumen contenidos de La Red, artículos, post, fragmentos de libros; se emplean agregadores como Flipboard.
Al final el mejor prescriptor es la fuerza que ejerce el «boca-oído».
Entre lectores se mueve la cosa.
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Al final esto va a ser como los desfiles en la alfombra roja: pagar a gente famosa para que hable de tu libro, del mismo modo que se les paga por llevar determinadas marcas.
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Que le parece una app, que recomiende autores y libros, según criterios preestablecidos. Luego otra app que recoja las recomendaciones y envíe a innumerables bots o robots que controla, a bajar dichas obras de plataformas donde previamente se dieron de alta? podemos poner uno o días gratis esos libros, provocar rankings, y luego justipreciar tan buen «ojo»…..
Mejor forma de nuevos lectores, no imagino, excepto claro está que los creadores estén dispuestos a escribir en emoticones y signos gráficos.
Parece chiste? Lamento, no lo es.
Mis respetos.
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